Hay distintos tipos de café.
Está el que se toma en una reunión importante, cuidando de no hacer ruido ni manchar la taza.
El café entre mujeres, excusa para hablar mal de todos y lustrar complejos.
El café de los velorios, que parece más rico por lo feo que es todo alrededor.
El último café, como en el tango.
Y está el primer café de la mañana.
De eso se encarga Gian, el Salvador.
Llego al trabajo muy temprano, cuando la empresa no es más que un esqueleto en sombras. Mi oficina es la primer burbuja de luz de la mañana.
Gian me trae café todas las mañanas.
Lo escucho antes de verlo entrar. Mientras cruza el pasillo hace ruido con las llaves, canta o silba. Casi siempre canta.
Entra a mi burbuja con un "Acá Toy”, remilgo de su infancia que me hace mucha gracia (una sonrisa mañanera, no es poco)
No tiene por qué, pero se molesta.
No soy su secretaria, ni la de alguien importante.
No tengo un puesto gerencial.
No le hice favores orales a nadie.
Y mi sueldo es de los más bajos.
-¿Cómo andás, Gian?
-“Uf, la fachia ti lo diche”, contesta, con lo que intenta significar que no tiene una vida muy feliz, aunque por alguna razón, ha decidido aceptar su destino como un santo su estigma.
En la última fiesta de la empresa ganó un viaje a Brasil, y fue el empleado más aplaudido. Cuando se lo contó a la “bruja”, como le dice a su mujer, ésta lo apretó para que lo cambiase por plata. Y él accedió. "Ya no me quedan sueños", dijo.
Una vez, se animó a nombrar a un viejo amor. Al otro día, me trajo una foto de su rostro, en blanco y negro. La sostenía pudoroso como adolescente que acude con acné a su primera cita. Entonces le salió una voz rara, como hacia adentro: “Era linda ¿no?”
El nieto de Gian juega al fútbol. "Que facha va a tener mi negro", dice él. También trajo foto, pero en colores. El nene está en pose de jugador, botín en pelota y brazos cruzados.
Entre las dos fotos, corre como un hilito de agua, la vida de Gian.
Una vez trajo alfajores de maicena: “Los hizo mamá”, murmuró en un tono más bajo que periodista con una exclusiva.
En la empresa se corre la bola de que “carga” mucho. Todos hablan en doble sentido de “el termo de Gian”, y se ríen, y le dan palmadas en la espalda. Él no lo desmiente. En sus años mozos supo sacar provecho de su fama. Siempre cuenta que de joven era hippie y muy picaflor. Hoy sólo quedan en su cabeza los débiles vestigios de aquella melena despeinada de los setenta.
A pesar de sus preocupaciones y ocupaciones, nunca se olvida de mi primer café.
Por ese breve sentirme en Cuba o en el paraíso, resumido en una taza, lo bauticé Gian, el Salvador.
Sirve un café tan rico como único.
Como el zorro para El PRINCIPITO.
Como su rosa.