En la pared de la garita dice “Rock is not dead” y eso me pone triste. Delata cuánto hace que las paredes dejaron de ser el lugar donde dejar mi marca para ser sólo una pizarra de marcas ajenas.
Camino al trabajo, pienso, no hay nada que escribir, todo fue dicho. La señora gorda con los dientes manchados con labial que espera el colectivo me dice que tiene que pagar la luz y me canta el peso y la medida de sus cuatro hijos al nacer. ¿Hace mucho que esperás?, me dice, Desde las siete y treinta y cinco, Pero casi van a ser las ocho, Sí.
Llega la 517. Las monedas caen en la máquina expendedora de pasajes mientras imagino que es en realidad una fuente de promesas, como la Fontana di Trevi. Entonces pido mis deseos: quiero ser escritora, periodista, primera figura de espectáculo circense, traductora de inglés, cantante y amante de un poeta.
Dedo anular que se hunde en timbre vehicular por breve lapso. Bajo en la estación de servicio y compro chicles. La señora de los dientes manchados también dijo que la radio anunció 37 grados y que cuatro kilos doscientos es muchísimo para un bebé nacido por parto natural. No me gusta la palabra muchísimo.Mastico un Beldent y pienso que tal vez algún día pueda escribir esto, decir que tuve un hijo, doné un órgano, planté un árbol y escribí un libro. Uno de tapas duras, como esas flores de pétalos gruesos, resistentes al sol y a las heladas. La del libro, duele.