viernes, 12 de diciembre de 2008

AÚN RODANDO



Aún Rodando

No me canso de decir tu nombre, suena a cascabeles, a flores silvestres, a colibrí ¿Dónde estás, Magali? Escondiéndote tras el sillón del living para que corra a buscarte, y entonces vos te rías y yo exagere los pasos para que te rías más, y más, hasta ahogarte en un hipo minúsculo, un hipito Magaliano.

Cuando nos conocimos, ibas y venías con la ebriedad de los novatos aunque mis reflejos se agazapaban al pie de tus intenciones de equilibrio, y lograban, no pocas veces, evitarte el menú de pelusas y microbios de la alfombra.

¿Dónde dejaste el sonajero, el teléfono que habla, los jabones jirafa, el elefante-corazón? Los llevaría presurosa hasta tus manos de pegote, hasta tus dientes (qué lindos son) ardilla traviesa (uno arriba y dos abajo) roedor de galletitas dulces.

Éramos jóvenes, bueno, vos eras apenas un avance de la película de tu vida, mientras que yo había estrenado ya varias escenas. Mi film era esencialmente romántico. Mi co-protagonista, tu hermano, Pablo. Y vos, naciste justo en pleno rodaje de nuestras escenas más logradas, cuando los besos eran para siempre y los finales felices y delegábamos todo en el destino-director, quien haría justicia con los personajes.

Los días de rodaje en exteriores eran los más aptos para el despliegue de abrazos y proyectos. Recuerdo la voz de tu hermano: “Voy a llevarte a un lugar secreto”. Dos minutos más tarde, la bicicleta, el sol del mediodía, agua mineral y la ruta, metáfora asfaltada de nuestro futuro. Nos poseía la adrenalina de dejar atrás el pozo contaminado de la ciudad. Y mientras hablábamos de eso, crash, mis pedales en sus rayos, banquina, sangre terrosa y apenas raspones. Nada importante. El prólogo de una risa interminable al ver que estábamos bien, y arriba otra vez, que falta poco.

“Es acá”, dijo él. Un arroyo. Un arroyo al costado de la ruta. Una lengua de agua que nos vio bañarnos, curarnos mutuamente las heridas, besarnos hasta la hora de la vuelta, que un día sería definitiva.

¿Cuál es el parámetro para medir el tiempo? ¿Es corto el minuto en que alguien amado salta para siempre de nuestra vida? Si todavía fueras mi Magali, la chiquilina rabiosa que se descargaba contra el plato, te usurparía la silla y la cuchara, y golpearía contra tu papilla hasta ensuciar los cuadros, las tazas, las moscas, las cortinas, los fracasos. Darle papilla a los fracasos es algo que no había contemplado antes de conocerte. Embadurnarlos con puré de zapallo o enterrarlos bajo una costra de medialunas ablandadas a fuerza de saliva y paladar.

Magali, yo sé que preferías estrenar vestidos con puntilla o ver como se reventaban contra la ventana las burbujas que hacíamos entonces, pero de vez en cuando, cuando te escondías detrás del sillón y no te seguía el juego mi figura ¿Pensabas en mí? ¿Estallabas en llanto, con alguna excusa, mientras hacías fuerza por retener el contorno borroso de mi imagen? ¿Tus lágrimas caían sobre la sopa caliente hasta entibiarla?

Hoy sos vos las que seguramente ya estrenó varias escenas; y en mi caso, son películas enteras. Las hubo en blanco y negro, de tomas largas y breves, cámara en mano, improvisaciones y cortes abruptos. Otras, con estricta sujeción a los guiones, aunque nunca podré saber si han sido buenos o malos guiones. Registros que pasaron con más pena que gloria, paisajes añorados, imágenes que vuelven a proyectarse espontáneamente en las paredes de mi memoria como cintas de Súper Ocho: tus soquetes nuevos, tu sonrisa ardilla, la tarde en que te llevamos a la Plaza Rivadavia, y nos turnamos para hamacarte, peleando para ver con quién te reías más, mientras tu hermano hacía trampa (sin cosquillas ¡Así no vale!) prenda, prenda, y todas esas cosas.

¿Sabrás quién te escribe? ¿Te acordarás de mis manos jugando con las sortijas de tu nuca enredada? Soy quien enjabonó tu espalda cuando eras apenas un buñuelo rosado y redondo y te acurrucabas como un gato feliz en los brazos de tu hermano, cuando las pesadillas, cuando la fiebre, ya está Maga, acá estoy, soy yo chiquita, ya pasó.

Ya pasó. Quedó atrás (si es que los momentos quedan en alguna parte por fuera de la memoria) Al final, Magali, el destino fue, en nuestro caso, un director mediocre que habiendo llegado a su obra cumbre y no sabiendo como superarla, inició su cuenta regresiva hacia la decrepitud y el olvido.

¿Quién saltó primero? No lo sabemos. Y tampoco esperaba hallarlo al pronunciar tu nombre, al evocarte, es sólo que me gusta decirlo, suena a colibrí Magali (estarás muy grande, tal vez enamorada) suena tan a cascabel Magali, que casi me hace olvidar de preguntarme por él, por qué Pablo no, por qué Pablo sí (también me gusta nombrarlo, es como aprehenderlo) Por qué arrojamos las bicicletas al óxido del tiempo, sin poder comprobar ya nunca si después de esa última caída, nos hubiera esperado, paciente, otro secreto arroyo.