lunes, 21 de febrero de 2011

Lunares




Aquella noche bajé la luna.

No me costó nada,

estiré los brazos y se la quité al cielo como botón de un viejo saco.



Blanca y perfecta como una novia triste

como un pan leudado y silencioso

ahí estaba mi luna

sobre una arena pálida

sin alguien que supiera hacer alguna otra cosa que adorarla

o sentarse a pensar en su belleza.



Siglos después de contemplarla,

la revoloteé

nadé a su alrededor en la arena caliente

creándole anillos de Júpiter,

entré y salí por sus ojos desiertos como una lombriz luminosa

fosforescí

y me quedé a dormir en su boca más desnutrida

un agujero donde, sin embargo, hasta el frío era cálido.



Cuando desperté,

la marea nos había arrastrado

con su lengua de travesuras

hasta el ombligo del océano

que es, a la vez, el centro del verano

y así anduvimos

contando las arrugas

los naufragios

borrachas de profundidad desde la superficie.



martes, 15 de febrero de 2011

En el camino


Hay una casa, en medio de algún lugar, de un bosque, donde una pequeña vieja muy arrugada y encorvada abre siempre la misma pesada puerta de madera y te recibe con flores silvestres, mermeladas caseras y una tostadora desde donde el pan salta a la mesa como chorros de agua a tu boca.

Las habitaciones son frescas en verano y con coloridos cubrecamas artesanales que huelen a historia, en el invierno.

Cuando abrís la ventana entra el mundo.

Yo sé que algún día voy a llegar. Mientras tanto voy pisando las uvas del incierto camino para no olvidar que bajo mis pies el suelo fluye como el vino a las copas.

martes, 8 de febrero de 2011

Elocuencia

Cada mil y una horas
minuto más, ocaso menos
cito a mi alma
en bares de buena muerte.

Pido dos tragos bien cargados
y le pregunto sin rodeos, como los guapos de antes, le pregunto
qué carajo querés de la vida
alma
almita
pero ella enseguida llora
se desahucia
me dice que si supiera
se enreda el pelo en los dedos
y pierde su mirada en algún bicho que vuela
o que camina en el mantel.

Le digo
ponete de acuerdo
todo no se puede
todo es una palabra
todo
y ella se queda callada
con esos ojos tan de caída por el precipicio
que dan vértigo.

Sé que mientras yo le hablo
rueda
piensa en hipocampos
canta
dibuja pecas a las casas tristes
y les inventa una entrada con colchones de tréboles de cuatro hojas (y cuatro ojos)
cualquier cosa antes que escuchar las cuerdas
las cadenas

Entonces grito “¡Otra ronda que la casa invita!”
aflojo las muelas
bajo los hombros
dejo subir las burbujas
y tres o cuatro vasos más tarde
la cosa va queriendo.

Al emprender la retirada
ya me siento en sintonía con el universo,
con el vecino que sale a pasear a su perro y a comprar el diario
con los árboles torcidos
con las hamacas de colores de la plaza vacía
con los quiosqueros que levantan las persianas de chapa
con el piso que se mueve (ese techo bajo mis pies)
con las botellas vacías y los filtros de los puchos en el cordón
con los pulgosos puro perro que me siguen
con las piedras que configuran esta: mi constelación urbana post cita con el sinsentido.

Mi alma me acompaña hasta las sábanas
me acuesta
y se asegura de que no me quede un brazo colgando
o una pierna
(es muy sensible para estas cosas)
y se vuelve al bar sabedora de que
cuando despierte y vea en el espejo la cara de alguien sin alma,
voy a llamarla a gritos
aunque más no sea para convencerla
de la elocuencia
de una próxima cita.