lunes, 30 de agosto de 2010

Tres Matteísmos y una Giulianada



Primer Matteísmo
A Matteo le gusta charlar mientras se baña. La cortina de la ducha le da cierta impunidad para decir todas esas cosas que, sin obstáculo de por medio entre emisor y receptor, muchas veces no se anima.

--Mamá ¿me querés mucho?
--Claro. Te amo.
--Ah, porque escupí por toda la casa. Era un secreto. Pero eso fue hace mucho…muuuuuuuuucho….cuando tenía…como cinco años.

(Tiene cinco años)

Segundo
Sale de su clase de básquet y ya en la puerta del club se le ocurre invitar a su amigo Oliver a jugar a casa. Pero su potencial huésped tiene otros compromisos. Entonces Matteo sube al auto decepcionado, pura lágrima y algo --bastante-- de arte dramático.

--Yooop noooopp seeeepp si esto se me va a pasar…. –-se ahoga estilo Chilindrina—No se me va a pasar con nada…noooop….con nada…o bueno…sí….con una cajita feliz capaz que se me pasa…

Tercer Matteísmo
Su papá está tomando sesiones de acupuntura por ciertas molestias de mediana data que la medicina tradicional no logra resolverle. Un día dijo, en presencia de Matteo, que si la coreana, al frente de la empresa agujística, le daba en la tecla, se casaba con ella.

--Papá se va a casar con la coreana?
--¡No! Papá hizo un chiste!
--Ah menos mal. Esa coreana es más vieja… --silencio-- Y a la noche, mientras estás durmiendo, te llena de agujas.


Giulianada
Giuliano tiene dos años y medio. Dice que le duele la cola y que quiere caca. Y en una de esas, "me pareció escuchar un lindo ruidito".
--Giuli, ¿te tiraste un pepe?
--¡No! Un pedo…


lunes, 9 de agosto de 2010

SE ACABO. ESTO RECIEN EMPIEZA.


Llegó el momento de reivindicarme. Esto lo escribí el lunes pasado. Hoy os lo comunico formalmente.


Hace tres meses que estaba con un fucking trabajo de parto. Horas y horas de entrenamiento para aprender a pujar y nada.

--Todo es cuestión de técnica –decían los especialistas.

--No te apures, no te apures. Ahí va mejor –se compadecían, a veces.

Y ahora que tengo en mis manos el fruto de este esfuerzo, advierto que mide lo que una falange y pesa menos que una uva.

Acabo de dar a luz a mi licencia de conducir.

Sí, ACABO (cualquier asociación con momentos placenteros de su vida íntima, se ruega compartir)

Pueden decirme Licenciada.

Y todos los que tengan interés en visitarme, recuerden que por un par de semanas, no hablaré de otra cosa más que de mi bebé.

viernes, 6 de agosto de 2010

Busco-me


“Somewhere over the rainbow….”, entro gritando a la redacción con todas mis ganas de recién amanecida y me siento frente a una computadora con mouse. Primer llamado de atención: mi computadora no tiene mouse.

Observo que el cajón de mi escritorio está sin llave y me sorprendo. Lo abro. Mi cajón no contiene, como este, dos reglas --una verde y otra blanca--.

Me invade un sentimiento de extrañeza que supongo hace que me vea como la máscara de la tragedia griega.

En un segundo todo mi mundo laboral conocido se esfuma en una nada que no alcanzo a descifrar.

Imaginen. Ustedes no abren la puerta de sus casas esperando encontrar del otro lado un chimpancé en medio de la selva golpeándose el pecho en un ritual de apareamiento. Ustedes esperan encontrar, cuales mascotas estáticas, los muebles de siempre.

Si hasta el monitor parece otro. Lo es.

Me acabo de sentar en el escritorio equivocado de la sección equivocada.

No miento.

--Hace mal la ginebra en ayunas --dispara un compañero testigo de mi pifia.

A mi favor, lo único que puedo decir es que la arquitectura de la redacción es confusa. Las computadoras están dispuestas en fila como incubadoras de la MATRIX.

La escena del desconocimiento de mis propias zapatillas se repite ahora con el escritorio. Algo estoy queriendo decirme, pero no me oigo.

No me recomienden ninguna pastillita porque enfrentaré esta situación a lo estoico.

Si voy a estar loca, prefiero que sea con lucidez.

domingo, 1 de agosto de 2010

Donde estás, Jhon Foos de mi vida que no...?



Lo primero que cada uno hace al finalizar la clase de acrobacia en telas es buscar sus zapatillas, ya que lo primero que uno hace al comenzar la clase es quitárselas. Sucede que para que el hallazgo se produzca, es menester recordar qué calzado se llevaba puesto.


No parece una tarea muy difícil, en eso coincidimos, pero no es mi caso.


Yo no sé si bajé mareada de la tela o llegué mareada a la vida --y las vueltas en el aire no contribuyen al equilibrio emocional--, pero hoy desconocí a mi propio par de Jhon Foos negras.


Al término de la clase, me paré delante de ellas y las negué tres veces para mis adentros, --una Judas total--.


--Mis pies no son tan grandes –pensé--.


--Estas zapatillas son de alguien que calza al menos dos números más que yo --me convencí--.


--Su dueña no las lava muy seguido --me dije.


Las vi ahí, cuales canoas ajenas, sucias y viejas y, por un momento, hasta tuve lástima de ese calzado huérfano y me solidaricé con su causa. Me faltaba aplaudir como cuando en la playa se pierde un chico.


--¿De quién son estas Jhon Foos negras?--, inquirí.


Silencio. Mis compañeos me miraron con el mismo desconcierto que mono de zoológico al que se le abre la jaula.


Casi en el mismo segundo que terminé de pronunciarla frese, me di cuenta. Eran mías. Y lo peor fue que ellos, también entendieron. La risa fue en efecto dominó.


Conclusión: mi pie creció, de eso no hay dudas, y algo está fallando en mi adaptación a estas paulatinas metamorfiosis. ¿Sigo creyendo que tengo pie de quinceañera?


Esto de distorsionar mis percepciones, empezando por la base que sostiene a todo el resto de mi anatomía, me inquieta.


¿Me reconoceré mañana al lavarme los dientes frente al espejo ? Se ruega a quienes me conocen no olviden, al menos, mi cara. A la brevedad, podría necesitar referencias.


Por lo pronto, lavé las zapatillas.