miércoles, 29 de diciembre de 2021

GIAN, EL SALVADOR


Hay distintos tipos de café.
Está el que se toma en una reunión importante, cuidando de no hacer ruido ni manchar la taza.
El café entre mujeres, excusa para hablar mal de todos y lustrar complejos.
El café de los velorios, que parece más rico por lo feo que es todo alrededor.
El último café, como en el tango.
Y está el primer café de la mañana.
De eso se encarga Gian, el Salvador.





Llego al trabajo muy temprano, cuando la empresa no es más que un esqueleto en sombras. Mi oficina es la primer burbuja de luz de la mañana.

A falta de ventana, entro a tocar botones: el interruptor, la computadora, la radio (todo es tecnología) y preparo la taza.

Gian me trae café todas las mañanas. 

Lo escucho antes de verlo entrar. Mientras cruza el pasillo hace ruido con las llaves, canta o silba. Casi siempre canta.

Entra a mi burbuja con un "Acá Toy”, remilgo de su infancia que me hace mucha gracia (una sonrisa mañanera, no es poco)

No tiene por qué, pero se molesta.
No soy su secretaria, ni la de alguien importante.
No tengo un puesto gerencial.
No le hice favores orales a nadie.
Y mi sueldo es de los más bajos.

-¿Cómo andás, Gian?
-“Uf, la fachia ti lo diche”, contesta, con lo que intenta significar que no tiene una vida muy feliz, aunque por alguna razón, ha decidido aceptar su destino como un santo su estigma.

En la última fiesta de la empresa ganó un viaje a Brasil, y fue el empleado más aplaudido. Cuando se lo contó a la “bruja”, como le dice a su mujer, ésta lo apretó para que lo cambiase por plata. Y él accedió. "Ya no me quedan sueños", dijo.

Una vez, se animó a nombrar a un viejo amor. Al otro día, me trajo una foto de su rostro, en blanco y negro. La sostenía pudoroso como adolescente que acude con acné a su primera cita. Entonces le salió una voz rara, como hacia adentro: “Era linda ¿no?”

El nieto de Gian juega al fútbol. "Que facha va a tener mi negro", dice él. También trajo foto, pero en colores. El nene está en pose de jugador, botín en pelota y brazos cruzados.

Entre las dos fotos, corre como un hilito de agua, la vida de Gian.

Una vez trajo alfajores de maicena: “Los hizo mamá”, murmuró en un tono más bajo que periodista con una exclusiva.

En la empresa se corre la bola de que “carga” mucho. Todos hablan en doble sentido de “el termo de Gian”, y se ríen, y le dan palmadas en la espalda. Él no lo desmiente. En sus años mozos supo sacar provecho de su fama. Siempre cuenta que de joven era hippie y muy picaflor. Hoy sólo quedan en su cabeza los débiles vestigios de aquella melena despeinada de los setenta.

A pesar de sus preocupaciones y ocupaciones, nunca se olvida de mi primer café.

Por ese breve sentirme en Cuba o en el paraíso, resumido en una taza, lo bauticé Gian, el Salvador.

Sirve un café tan rico como único.
Como el zorro para El PRINCIPITO.
Como su rosa.



sábado, 3 de octubre de 2020

MOLESTIAS ESTIVALES

a veces 

en verano 

me llega un viento de arena incómoda 

y la letra de Los Lunes 

“sin embargo yo estoy mal 

te echo de menos ¿dónde estás?” 

 me digo cursi, sos cursi, 

pero sigo cantando para adentro 

 tus besos de antes desandando ojeras 

 dedos de siesta caminando como arañas por mi espalda 

 y vos decís amor 

qué linda estás

 yo despeinada 

ridícula con tus medias 

un eco acá 

 como viene, 

con el viento, 

con la arena incómoda, 

se va 

y queda de vos 

sólo un presentimiento 

como esos sueños que no recordamos 

pero son capaces de arruinarnos el día.

jueves, 10 de octubre de 2013

nacimientos



cada vez que Renata ríe

de amor
o alegría
asoma un duende



a veces, por la nariz
otras, por el caracol de la oreja



no sabe, el duende
cómo llegó
ni para qué
pero está contento
porque alguien lo nació
porque hay sol
y los colores se ven más brillantes
o porque hay lluvia
y los techos salen de fiesta



estaba, el duende, 
panza arriba en un mundo cualquiera
cuando la risa de Renata 
como un agua que cae
o una esperanza
lo convocó 
a estos vientos



ahora rueda por la alfombra
saluda cortésmente a los microbios 
chapotea en puré de manzana
y hace piruetas que a Renata 
le dan risa



y entonces, claro, nace otro duende



así es el mundo

desde que Renata ríe


sábado, 28 de septiembre de 2013

Solución




Cuando Lucía se dio cuenta 
de que estaba enamorada
le empezaron a crecer corazones
por todas partes

El primero le salió en el ombligo
por lo que, pensó,
sería fácil ocultarlo
aunque no lo fue tanto
porque cada vez que alguien
decía el nombre su enamorado
aunque estuviera hablando de otro
el corazón se le escapaba de la panza

se asomaba por 
el cuello de su remera
y por más que lo empujara con el dedo
para hundirlo
no había caso

Y Lucía transpiraba y se ponía colorada
y hasta el color en las mejillas
tenía forma de corazón

Entonces trató de ponerse mucha ropa
porque así podría contenerlos
pero se habían multiplicado 
y se le caían por bolsillos 
por las mangas

¡Ay,que trabajo era atraparlos en el aire!

Al final se le ocurrió
una buena idea:
los atrapó a todos 
en esta poesía.


Poesías chiquititas




(Para Nico y sus experimentos inolvidables)


¿Qué tengo en la cabeza?
Mamá, muy segura:
Una máquina que fabrica sueños.

Nicolás pensó en una máquina vieja,
como la que usa la abuela 
para hacer fideos caseritos
los domingos.

Miles de sueños estirados
más o menos finitos
más o menos enharinados.

¿Y cómo se enciende la máquina?
Está siempre encendida,
hasta cuando dormís.

Esa noche, 
Nicolás navegó por mares de tuco 
y soñó que un fideo gigante
le salía por la nariz
para abrazar el mundo.

sábado, 29 de diciembre de 2012

Favores a favor

Ahí estaban las tres, en la puerta de mi trabajo, cuál más luminosa. La Negra, con su manera de moverse por la vida como si siempre estuviera por empezar a jugar a algo; Lucie, con esa sonrisa que de solo verla pensás que nada es tan difícil en el mundo; y Zara, perrita equilibrista, vanidosa con el aval que le confiere su glamorosa raza caniche toy.


Luego de regios abrazos de recibimiento --y los clásicos apretones masajeros de La Negra que empiezan en los hombros y culminan en los antebrazos-- les di las llaves de casa que era lo que habían venido a buscar. Sabedoras de que siempre mis planes son más ambiciosos que mis posibilidades de concretarlos querían darme una manito con la pintada del patio.

La idea era buenísima porque los elementos –el trío pintura-pincel-rodillo-- reposaban desde hacía un mes en la pieza en que Matteo acovacha juguetes y que yo intento convertir –sin éxito-- en sala de meditación. No parecieron inquietarse cuando les expliqué que el portón estaba trabado, que habían estado los albañiles y que no había cerradura.

Y agregué: “Si no encuentran con qué hacer palanca revisen la parrilla. Capaz que hay algún utensilio”. Es probable que se hayan reído de la palabra utensilio pero no me acuerdo. Cuestión que, lejos de inquietarse con mis recomendaciones, partieron hacia destino como tres vientitos, con sus auras y todo.

Una hora más tarde, por mensaje de texto, me comunicaron que no habían podido abrir el portón y que se iban. Como la palabra derrota no suele formar parte del diccionario de mis amigas dudé de la veracidad de la información pero seguí con mis cosas de siempre. Más tarde, cuando aún yo no había llegado a casa, volvieron a escribirme: “¿Dónde estás? ¿Tomamos unos mates?”. “Estoy en casa”, mentí adelantándome a los hechos, ya que, en realidad, estaba a unas cuadras.

 Al llegar, minutos después, ya en el ocaso del día, por entre las maderas del portón del frente divisé dos femeninas siluetas. La Negra escribía un mensaje –después me enteré que me estaba contestando que era una Pinocha-- mientras Lucie fisgoneaba. "¡Ey! ¿Qué hacen acá?", grité desde el auto, poniéndolas en evidencia.

Ellas, como niños a los que se descubre en plena travesura, se escandalizaron gestualmente y se escabulleron hacia el fondo. Bajé del Dunita lo más rápido que pude y corrí para alcanzarlas. Al atravesar la última puerta apareció ante mis ojos extasiados “El patio del País de las Maravillas”. Paredes tan blanquitas que daban ganas de tomar la leche.

Con cara de “nosotras lo hicimos” Lucie estrenaba pequitas blancas en nariz y algunos lamparones menos discretos en el resto del cuerpo. La Negra me daba las explicaciones técnicas del uso del rodillo. Zarita saltaba contenta y corría en cículos por el patio que todavía olía a pintura. Cuál de las tres más luminosa.

Antes de irse, otra vez como vientitos, sacaron a relucir un anotador en el que habían escrito de puño y letra que tenían “un favor a su favor”.

Así son. Esa noche no me alcanzó el cuerpo para abrazarlas.


sábado, 15 de diciembre de 2012

Matteísmo

15/12/12

Matteo quiere ver una peli conmigo. Elegimos un título que pueda funcionar para los dos y nos acomodamos en el sillón. A falta de pochoclos hay muchos mimos. Con todo dispuesto, damos enter. Oh, Oh. Parece que el sonido no anda. Y no anda. Y no anda. Como no soy lo que se dice una especialista en superar estos repentinos escollos tecnológicos luego de variadas insistencias, apelo a la versatilidad de mi hijo y propongo un ¡cambio de plan! --Bueno, mami, entonces voy a jugar a Gaturro. --¿Y yo qué hago? ¿No íbamos a hacer algo juntos? --Sí... Vos me podés mirar. Ja jaaaaaaaaaaaaaaa. Hay diálogos que me superan.

 -¿Qué estás haciendo en la compu, ma? -Estoy mirando blogs, escuchando música… Matteo ríe a carcajadas. -¿De qué te reís? –cuestiono, porque no creo haber dicho algo tan gracioso.
-De que me tiré un pedo. Y también me toqué el pito.

Euge-nialidades

No importa día, hora, año, ni actividad en la que se esté desempeñando en ese momento. En estos 28 que hace que la conozco, Euge llega siempre apurada y llena de bolsos y paquetes. Otra constante de nuestra amistad, son los mates. “Poné la pava”, o “Pongo la pava” son las dos frases que integran el top five de nuestro decálogo de infaltables.


La escena es así. Euge llega como un viento, apoya todo lo que tiene en donde pueda, pone a circular a los más chiquitos –en su momento fue a Leo y ahora a Giuli— y entabla un monólogo que pone en jaque la carrera de Enrique Pinti. Además, casi no toma aire entre palabras, lo cual la convierte en un objeto de investigación científica en la rama de la fonoaudiología.

Antes o después, también es el turno de mi monólogo, claro. Quizás menos verborrágica y con otros tiempos discursivos, diserto ante los ojos redondos hermosamente delineados y rimeleados de mi amiga. Desde hace siglos –o casi-- le cuento las mismas cosas --o casi-- y ella siempre tiene el rostro de quien las escuchara por primera vez. Se ríe hasta las lágrimas de las pavadas que digo y hago desde que nos elegimos como hermanas del camino.

Tortas, facturas, masitas secas, la sobra medio apelmazada de algún cumpleaños fmiliar han desfilado cientos de veces en las distintas mesas de las casas en que nos tocó vivir y visitarnos. En su alquilada casa de ahora –que fue en algún momento mi alquilada casa—tengo un rincón sagrado y ella lo sabe. Todas nuestras conversaciones empiezan al lado del fuego de la cocina, conmigo trepando a sentarme a la mesada.

Me dice “Sos la única persona que se sube a la mesada”. Así pasan nuestros monólogos, mate va mate viene. El otro día llegó a verme con Giuli en un brazo y la impaciencia bajo el otro y se dio esta situación.

Euge: Bla bla bla bla bla bla bla bla.. Bla bla bla bla bla bla bla bla (pausa)

Yo: Bla bla bla bla bla bla bla bla.. Bla bla bla bla bla bla bla bla (pausa)

Euge: –devolviendo el mate—Gracias amiga, está asqueroso. Yo. Ah, bueno…Pensé que me ibas a decir “Gracias amiga, está riquísimo”. Euge: Y bueno, entre nosotras no hay mentiras. Si está asqueroso, está asqueroso…

 Cómo la quiero.

Bebé Renata

Con tu buzo de plush violeta con un pajarito patalarga con chupete que había elegido para vos cuando todavía eras un poroto en panza de tu mamá, ahí estabas Renata, en la terminal de colectivos de Neuquén. Te besé y entre tu sueño y mi suspiro bailaron y desfilaron millones de duendes que salieron detrás de quién sabe cuántos árboles escondidos en los bosques del puro amor, tan parecido al puro sol, a la pura agua, al puro ser. Los duendes que velan tu sueño festejaron nuestro reencuentro –porque de algún lado ya nos conocíamos Renata—con tambores y platillos y me entregué con asombro a la magia de tenerte en brazos por primera vez, al romance de sentir crecer en mi respiración las mariposas que seguramente liberaste en un bostezo.
Te quiero bebé de mi alegría. Bien-venida Renata. Hoy y siempre. La tía no tiene más que unas pocas certezas para darte pero entre esas pocas está mi promesa de amor. Si algo quisiera que sepas es que contás conmigo. Si algo quisiera regalarte es un milagro. Si de la vida pudiera decirte algo es que te pertenece.

Que nadie se atreva...



    Cuando ayer, en primera fila para verme cantar, con un vestido que parecía robado a la primavera, la abuela sacó de su cartera la bolsita con caramelos de menta rellenos con chocolate y empezó a convidar a la concurrencia, el alma me giró de ternura como acróbata en saltimbanqui.
    La gorda, habanico en mano, con la boquita pintada --y labial colado en las arrugas-- desde su butaca vip en el sal
    ón de la Alianza Francesa, ofrecía dulzuras a media luz, codazo de aviso de por medio, como si estuviera en el cine.
    Minutos antes, desde el mismo lugar, había aplaudido y celebrado cada una de mis histriónicas intervenciones como Tita Merello, aún aquellas fuera de tiempo o de tono, como si de su euforia dependiera mi éxito.

    --La abuela cree que es un concurso --me contó mi vieja divertida.
    --¿Y vos que le dijiste?
    --Que sí.
    --Ah, no seas mala. Decile la verdad. Con razón aplaude tanto.
    --Cree que ahora van a dar los nombres de los ganadores. Y ¿sabés qué dice? "Anahí va a salir primera".

    Siempre estuvo bastante loca la abuela. Desde que tengo memoria rezonga por el calor, el marido, los vecinos, los perros, la mugre, porque los pájaros cantan y porque no. Y sin embargo, una dulzura sutil atraviesa y trasciende cada acto de su violento carácter. Es capaz de sacarse la comida de la boca para dársela alguien que pase por el barrio vendiendo repasadores.
    Qué nadie se atreva, a tocar a mi abuela...

viernes, 23 de noviembre de 2012

diente de leche








Tobi – Hoy no quiero la leche.
Matteo –¿Por?
Tobi –Mirá –Y abre la boca como para tragarse un puma.
Matteo  –Uh...ya se sale. ¡Mamá! ¡Tobi tiene un diente flojo! –mira a su amigo con complicidad y susurra– Vos quedate tranquilo. En esto mi mamá es especialista.

Envuelto en una servilleta de papel, el diente viajó desde el bolsillo de Tobi hacia su almohada, ahí donde el Ratón Perez diseña los puentes que unen los sueños de todos los niños del mundo.

miércoles, 22 de agosto de 2012

El corazón da cuerda


Más o menos abrazada por fantasmas
más o menos despierta
más o menos alerta

Como cerrando ventanas
a una música vieja
que viniera a buscarme


viniera
cerrando

como bailarina de caja musical
el corazón da cuerda al sentido de girar y girar
sobre estas
mis trincheras

solo lleva un tiempo
me digo

aunque no hay música en la cajita
por estos días
me mueve el silencio

pájaros dormidos rodean mi danza
sólo serán ciertos
por estos días
sólo estarán volando hacia adentro al despertar
hasta quemarse


jueves, 28 de junio de 2012

Lagunas





no diría que tiene una pena

sino más bien algunas
lagunas

diría que su cama está hecha de jaulas
de las que cada noche intenta salir
bate
bate las alas
se pelea con las puertas
y no sin resignar algunas plumas
lo logra
entonces hay amigos del aire
que como ella
han probado mil y una combinaciones
hasta dar con la que de una corriente
los lleva a lo más alto
ahí donde todo es volar sin esfuerzos
360 grados de colores para deleite
de los hacedores de realidades
con la materia de los sueños

cuando no
esconde el pico
la cabeza
y canta para adentro
otra sutil manera
de abrir jaulas

lunes, 25 de junio de 2012

Casi




ojos de violín reparado
cuerpo acostumbrado


ella dibuja soles
cree
pero el miedo 
avezado escalador de vértebras
 le sube por la espalda
como una certeza

es que a veces no le alcanza el cielo
el vuelo
cuando como ahora
la ciudad
se cierra de un portazo
y apaga la luz

sábado, 23 de junio de 2012

Pura Te

quién te va a querer
decías

con esos sueños desnudos
sobre cáscaras de almendra
a la deriva de ríos
que siempre desbordan

quién te va a querer
con todas esas mañas
esa manera de bucear
siempre hasta el hueso
la arteria
el hartazgo
para terminar llorando
y echandole la culpa a la lluvia
a los diarios
a las hormigas
al que sea

quién te va a querer
si por tu pelo asoman hipocampos que
en el momento menos pensado
se transforman en tiburones
en zapatos gastados
que arrojás contra las paredes
de lo que no te gusta
porque duele

quién te va a aguantar
en esas noches en que es suficiente
mirar tu cuerpo para cortarse
en que no existe domador de fieras
lo suficientemente diestro
como para poner de rodillas a tu rabia
y te salen animales por la boca
bestias sin selva
que giran heridas por los siglos de los hombres

quien te va a querer
si sos capaz de pegar pieza por pieza
los cadáveres de recuerdos suicidas
que mientras hacés el amor
saltan de tu escote a la cama
sabedores de tu berreta adicción de sanadora

con esa sed constante
si te subís al aire
como si fuera tuyo
vanidosa
víbora
vieja vizcaha
pura v

quien te va a querer
así
así
tozuda
torcida
tumbada
tarambana
pura te

si no te alcanzan los vestidos
para florear tu histrionismo
ni los rincones para esconderte
cuando la cosa se pone oscura
como el tango
como la palabra tumba

quien te va a querer
aunque siempre hay un roto para un descosido
pero no
vos no aceptarías lo uno
ni lo otro
saldrías corriendo por hilos y agujas
a rellenar
a remendar
a pincharte los dedos

quién te va a querer
princesa de arena
si basta que te alcance una ola
para desintegrarte
para empezar todo otra vez


Ignorancia

Perdoname

cómo eran tus días
tus noches
no quise saberlo

tus fantasmas
cómo te acompañaban
de la mano
al abismo
como niñeras buenas
que se relamían
por empujarte

sombras que cambiaban el nombre a las cosas
y ponían de cabeza tu almanaque

que temblaban en tu vaso
en la birome
en tu caricia

no quise saberlo
como se grababa
en tu rostro

el gesto
el último gesto
ya en caída libre
hacia el olvido















sábado, 19 de mayo de 2012

Matteísmos (perdí la cuenta)


La cultura implica ciertas renuncias

Sondeo a mitad de segundo grado para saber lo que me espera.

--¿Te gusta la escuela hijo?
–Sí, pero más me gusta hacer mis cosas –pausa reflexiva— Me gustaría ser el niño más inteligente del mundo. No tenés que ir más a la escuela, tenés todos los veranos libres y podés tirarte pedos cuando quieras.


Agradecé que no compró los media hora 

La abuela Silvia nos regaló una caramelera llena de masticables y caramelos de miel. Los primeros perdieron enseguida el papel, la forma y la consistencia; los segundos, duermen su sueño eterno en la cajita. Matteo, con el culo pegado a la estufa, compite con el mío y saca conclusiones…

–La abuela no puso muchos sugus en la caramelera…
– Puso más de los otros.
--¿A vos te gustan los otros?
-- No ¿Y a vos?
-- A mí tampoco. Son caramelos de vieja. Si los viejos comen sugus se les quedan pegados en los dientes.


¡Ese no era!
Llega mi amiga Dolo a casa, sinónimo de alegría, música, mate y muchas risas y el pequeño sabelotodo profetiza.

--Ya sé, Dolo. Ahora con mi mamá van a tocar la guitarra.
--¿Y vos cómo sabes?
--Me lo dice mi aliento… (en vez de olfato)



Taller de canto (¿o desencanto?)

--Hijo, ahora que mamá está aprendiendo a cantar, tenés que prepararte.
--¿Para qué?
-- ¿Cómo? ¡Para aplaudirme! ¿O me vas a tirar tomates?
--Platos con salsa te voy a tirar, mamá.

Creo que sabe que escucharme cantar puede ser una manera de resolver el Complejo de Edipo.



lunes, 9 de abril de 2012

una estrella


quiero saber el nombre
con el que madres olvidadas
te arrullan por las noches de los siglos
todavía

de qué duras rocas están hechas tus horas
de qué metales y minerales
que te tienen ardiendo por la tierra

una estrella entre las piedras

ignorancia


no sé decir tu amor

no sé decir que corre por mi cuerpo arriba abajo
enroscado
como serpiente de astros que dibuja en mi sangre
su ritual arrastrado


que como en un baile
me deja rodando
sin saber dónde termina la vuelta
ni cuándo

no sé decir tu amor

solo puedo llevarlo
como un cielo entre los ojos
como mariposas que vuelan juntas
como se silencia un deseo
para que se cumpla

no sé decir tu amor
más que habitándolo

por eso hundo mis humores de lluvia
en habitaciones vacías
escondo las manos
y esta tristeza de buscarte

así
porque no sé decir tu amor
tengo fuego en las piernas
y echo a correr por las calles
y me vuelvo fría
áspera y amarga

no se puede nombrar lo que no se conoce
y apenas bostezo en tu silencio
me despide un remolino de adioses
y una sensación de estar huyendo

la poesía crece de tu boca como un niño

y te dejo solo
porque no sé nombrarte
no sé decir tu amor

 pájaros que se esconden en mi pelo todavía
porque temen caer de este ensayo sin argumento
de esta improvisación que se pinta las pestañas
de este ramo de plumas de colores en el aire


sábado, 7 de abril de 2012

Mi agua



Hoy descubrí un mecanismo de mi mente que escribo para no olvidar, para que nunca más me encuentre desprevenida y así poder manipularlo a gusto y piacere, en cualquier momento que sea que me asalte, o que lo intente.


Desde hace bastante tiempo se me dio por pensar que no sé lo que quiero. Se me dio por buscar cual perro obstinado y hambriento, el hueso que supongo alguna vez enterré en cierta tierra fértil de mi espíritu y que se llama esencia. Debo haberlo escondido muy bien entonces, porque no se deja ver, oler y menos tocar.

¿Quién soy? ¿Para qué estoy acá? ¿Cuál es mi camino? ¿Quién deseo ser? ¿Qué destino quiero forjarme si es que puedo escribir las hojas de cada día de mi existencia hasta que el libro se agote?

Ahora sé que el hueso siempre estuvo delante de mi nariz.

Una situación que puede parecer de lo más trivial me develó el misterio que encierra el control remoto de mi cerebro. Es un aparato que funciona en automático, pero que, conociendo sus tretas, podría intentar accionar a mi antojo. Play. Ahora stop. Pause, apreté pause. Ya me vas a obedecer.

Desde hace un tiempo me cuesta leer. No por pereza ni falta de entusiasmo, las palabras han sido siempre una tabla de salvación en medio de incontables tsunamis devastadores.

Me cuesta leer porque me da placer. Pause. Rewing. Me cuesta leer porque me da placer. ¿A qué clase de bicho le cuesta proporcionarse placer? A mí. Freno el goce en tanto y en cuanto osa asomar el esmalte de la delicada uña de su pie en punta de bailarina clásica.

Si en pleno invierno, recostada en el sillón de tres cuerpos del living de mi casa, con sahumerio de limón, té con leche con miel, frazada, llego a la mejor parte de un libro –situación que es para mí una de las caras auténticas de la felicidad— el éxtasis no puede durar más que un breve instante, el que tarda mi cabeza en hacerme jaque mate.

Cuando estoy llegando al núcleo proporcionador de orgasmos intelectuales, como puede ser el capítulo 32 de Rayuela, cierro el libro y me dispongo a hacer las cosas más estúpidas que haría el más estúpido de los hombres si le pidieran que hiciera las diez cosas más estúpidas que se le ocurrieran.

Y lo peor es que cumplo con el ritual autoimpuesto como si de ello dependiera la salvación de todas las fuentes de agua dulce del planeta o la paz de las naciones de todos los continentes conocidos y por conocer.

Confecciono listas de estupideces. A saber. Se me ocurre que mis repasadores están bastante gastados. Pienso que tengo que renovarlos. Un pensamiento de esa magnitud no debería ocupar en mi mente más tiempo que el que dura la frase “Tengo que renovarlo”. Pero no. ¡Soy infectamente capaz de creer que NECESITO recopilar todos los repasadores de la casa para saber cuántos merecerían ser renovados!

Así me hundo en infructuosas búsquedas --que me demandan el doble del tiempo que me hubiera llevado leer el capítulo 32 varias veces y de derecha a izquierda— y que me dejan, justamente, hecha un trapo sin ganas de nada más que de tirarme al sillón a lamentar mi cansancio.

Busco por horas en cajones en desuso, reviso los cestos donde se apila la ropa para lavar, abro y cerro el horno varias veces, miro debajo de las camas, desguaso los roperos de todas las habitaciones, le echo un vistazo a la ropa de la estación contraria –prendas que se me caen encima ni bien abro puertas a las que nunca llego sin subirme a una silla.

Al finalizar la tarea, en realidad, nada finaliza excepto mi inquietud de continuar leyendo. Jamás voy a saber cuántos repasadores tengo porque me importa un pito saberlo. Es más, me importa menos que un pito –los pitos me han importado más de lo que quisiera y en más oportunidades de las que quisiera.

Así opera mi mente. En cuanto ve que la felicidad o el placer, que se le parece bastante, están por asomarse al lago calmo de mis horas idénticas, activa un resorte que me dispara a millas de ahí. Es como si creyera que tanta belleza fuera demasiado para mí. “Tenés que…” lo que sea. Hacer compras, contar las baldosas que faltan en la vereda, sacarle los pulgones al rosal, hacer un llamado postergado que tal vez vuelva a retrasar por alguna otra actividad infértil.

Basta mente podrida. Te agarré de las pestañas. No voy a tirar mucho, pero sí lo suficiente como para que no cierres los ojos. Te voy a mirar de frente para fumigar con mi insolencia tu mala entraña.

Desde hoy estamos en guerra. Voy a leer cuanto se me cante, voy a viajar a los países que quiera, como quiera, con quien quiera. Voy a inventarme un nombre que no conozcas para burlar tus prácticas. Me voy a reír de vos.

Y en mi mochila no voy a guardarte ni un chicle. Todos los bazooka de banana para mí. Te voy a dedicar los globos, eso sí. Globos bien grandes que voy a explotar de cara al cielo mientras pienso en Oliverio, en Neruda, en el toco tu boca. Llegó la hora de temblar como la luna del último verso del capítulo 7. En el agua. Mi agua.