“Somewhere over the rainbow….”, entro gritando a la redacción con todas mis ganas de recién amanecida y me siento frente a una computadora con mouse. Primer llamado de atención: mi computadora no tiene mouse.
Observo que el cajón de mi escritorio está sin llave y me sorprendo. Lo abro. Mi cajón no contiene, como este, dos reglas --una verde y otra blanca--.
Me invade un sentimiento de extrañeza que supongo hace que me vea como la máscara de la tragedia griega.
En un segundo todo mi mundo laboral conocido se esfuma en una nada que no alcanzo a descifrar.
Imaginen. Ustedes no abren la puerta de sus casas esperando encontrar del otro lado un chimpancé en medio de la selva golpeándose el pecho en un ritual de apareamiento. Ustedes esperan encontrar, cuales mascotas estáticas, los muebles de siempre.
Si hasta el monitor parece otro. Lo es.
Me acabo de sentar en el escritorio equivocado de la sección equivocada.
No miento.
--Hace mal la ginebra en ayunas --dispara un compañero testigo de mi pifia.
A mi favor, lo único que puedo decir es que la arquitectura de la redacción es confusa. Las computadoras están dispuestas en fila como incubadoras de la MATRIX.
La escena del desconocimiento de mis propias zapatillas se repite ahora con el escritorio. Algo estoy queriendo decirme, pero no me oigo.
No me recomienden ninguna pastillita porque enfrentaré esta situación a lo estoico.
Si voy a estar loca, prefiero que sea con lucidez.