martes, 16 de junio de 2009

POR SUERTE



Otra de INA

Que furia la de Ina, pedalea, pedalea y no llega nunca. Ya ni levanta los ojos del estrecho camino de tierra entre los árboles, la espesura del bosque puede marearla y hacerle perder el equilibrio.

¿Cómo un camino llano, poblado en sus márgenes de flores y fauna, puede ser tan duro de andar, tan loma empinadísima, tan viento en contra?

Su pelo se enrieda contra la velocidad y nudos de fastidio aprietan sus pensamientos. "Cabeza de remolino", se dice, te cuesta pedalear, Ina desastre.

Entonces, bajar del monociclo y sentarse a masticar un tallo.

Sus mejillas fosforescen ahuyentando presencias furtivas (colibríes, mariposas, abejorros zumbones) Pura suerte, la de su dúo repelente. A Ina no le gusta que la vean llorar con tal ganas que comienzan a temblar las frutas hasta en las copas más altas.

Si le preguntaran si está perdida, diría que no, que sólo no puede llegar. Como en uno de esos sueños en que las fuerzas no son reales, en que se corre en el mismo sitio sin poder avanzar.

Piensa que tal vez sea hora de quedarse ahí, al borde del camino, bajo una frazada de hojas. Consulta en un pequeño libro que saca de su mochila, y no. No y no, maldita sea. "Dejarse estar ahí" no figura en su diccionario. Decepcionada, se pone a observar una fila de hormigas para pasar el rato. Pobrecitas. Cargan más de 50 veces su propio peso.

Ahora se acuesta sobre la rueda del monociclo, abrazada al caño, y se queda dormida. En unas horas despertará en su verdadera cama, el monociclo a sus pies, con su pijama cuadrillé celeste y la cara todavía húmeda.

Hay que ver la carga que están dispuestas a soportar ciertas hormigas cuando a INA le da por estas cosas.