lunes, 6 de julio de 2009

SOMOS LO QUE HACEMOS


Conocí a Nico por un comentario en mi blog.
La poesía de sus palabras me llevó a conocerlo más y hoy sonrío cuando el remitente del mail tiene su nombre.
Intercambio de autores, fotografías, opiniones, miniautobiografías...una amistad en su punto naciente, como sol en el este.

La cosa es que un día, recibo este mail de NICO.

¿Te acordás que la semana pasada un taxista devolvió 130 lucas que encontró en el asiento trasero de su auto?
Bueno, hoy con un amigo armamos una página para premiar su honestidad.
Nuestra idea es devolverle las 130 lucas al tachero que ni recompensa tuvo (*) pero no queremos que la gente done plata, queremos que cada uno done lo que hace. Si tenés un restaurant, lo invitás a comer por 100 pesos. Si sos plomero, le regalás un reparación por 50 mangos. Y si vendés zapatos, le regalás un par.
Que cada uno done lo que tiene, para premiar la honestidad de este tipo.

Acá está el Site.
El objetivo nuestro: divertirnos y aplaudir públicamente a los que hacen bien las cosas.

http://www.devolvelelaguitaaltaxista.com/

Beso.
Nico.


Con esta modalidad se recaudaron S131.411 en calidad de chocotortas, cursos de inglés en EE.UU, clases de guitarra, afinaciones de piano, jabón en polvo, órdenes de compra, camisetas deportivas, maquillaje artístico, terapia, entradas para ver a Gimnasia, bufandas tejidas a mano, cenas, masajes descontracturantes y hasta juguetes y disfraces eróticos (y más)

Algunos pueden objetar que la honestidad no se premia, pero hay quienes no la tienen y no está mal reconocer a los que sí.

Mi donación fue simbólica: escribir un cuento con su historia, publicarlo en mi blog y hacerlo circular por mail.

(*) Santiago Gori confirmó más tarde que había sido recompensado por la pareja de jubilados.


Acá va el cuento:



Santiago fuma en la puerta de su casa sin animarse a bajar del taxi y el humo es un signo de interrogación colgado del aire: ¿Qué hago con esta mochila ahora? No todos los días suben al taxi dos pasajeros con aspecto de jubilados, hacen cinco cuadras y se bajan dejando en el asiento trasero una mochila con fajos que “a ojo” superan los 100 mil.

(¡Cieeeeeen mil! Puta madre. Todo lo que podría hacer con esta guita: terminar la casa, saldar la deduda con el banco por la licencia del taxi, darle una mano a los pibes...si fuera mía, claro)

Pita el cigarrillo como para extraerle el alma y le habla con la mirada (en voz alta sólo lo hacen los borrachos, los locos y los galanes de telenovelas) Sólo pensar en no devolverla y su corazón bombea contra el pecho como pájaro demente.

Santiago reconstruye la secuencia: los viejos suben en el Dardo Rocha, el hombre dice: “Hasta 3 y 48”, y él piensa: “Otro viaje corto, qué mala leche”. Después bajan una cuadra antes y pagan lo que corresponde. La siguiente pasajera es la que le avisa: “Acá se olvidaron algo.”

Quién sabe de dónde salió tanta guita, quienes serán ellos y cómo pudieron dejarla así, y sin embargo, tan poca pinta de dealers o mafiosos. MAFIA. Una lengua de frío en su columna vertebral. Es el momento de apagar el pucho, bajar del tacho y contarle a su mujer.

-Mirá negra -tira la mochila en la mesa como cazador a su liebre.
-¿Y eso?
-Mirá -la señala con los ojos- Mirá adentro.
-¿Y esa guita?
-Unos viejos, subieron en el Dardo Rocha, viajaron tres cuadras y se la dejaron en el taxi.
-¿Y cómo la viste?
- Por una que subió después.
-¿Y no te la reclamaron? ¿Saben que la tenés vos?
-Qué se yo ¿Vos viste la guita que es?
-¿Y qué vas a hacer?

El alivio de llegó con la pregunta porque Santiago ya conocía la respuesta. Podía hacer muchas cosas con esa guita, menos sentirla suya. Qué vas a hacer. Dentro de la mochila había un documento: "Carlos T". Ahora los verdes tenían nombre y apellido. También una dirección. Santiago buscó en la guía y encontró el teléfono de alguien con el mismo apellido de Carlos.

-Hola. Estoy tratando de ubicar a "Carlos T" y encontré su número…
- Sí –dubitativo- Es mi primo ¿Por qué asunto?

Enseguida ubicó a Carlos.

-Hola, ¿Carlos?
-Sssí ¿Quién habla?
-Soy el taxista que lo llevó hasta 3 y 48. Usted se olvidó una mochila ¿Dónde se la puedo alcanzar?
- Estoy en la Primera haciendo la denduncia por extravío –dijo Carlos que no terminaba de caer en que estaba a un paso de recuperar lo perdido, fruto de la venta de una propiedad-.

Al verlo en la comisaría y recibir la mochila, Carlos y su esposa sólo atinaron a un: “Negro, sos un santo”, que Santiago no se creyó, porque él solo cumplía con códigos de honor hereditarios. Hasta los policías lo felicitaban y le palmeaban la espalda, no muy acostumbrados a las buenas noticias.

De vuelta en casa, eligió su sillón preferido y sintió que todo estaba bajo control. Treinta años arriba del taxi, pensó. Imposible sacar la cuenta de las madrugadas de vigilia, de las telefonistas aburridas de cantar viajes, las bolsas de supermercado en los sucesivos baúles, changos, bebesites, tangos, radios, manchones de helado, billeteras olvidadas, perseguidos por sus mujeres y amantes, perseguidores, zombis, mascotas, extranjeros, embarazadas en fecha, aventureros, delirantes, desamorados, descorazonadas, optimistas y borrachos. La fauna del cemento que siempre le dio qué comer y de qué hablar. Tanto sacudir tapizados y llegar con lo justo. Pero la dignidad...ese poder abandonarse en el sillón tan livianamente.

Esa noche, en reunión familiar, se rieron de Nicolás, otro de los varones de la casa, de la foto que le había sacado a la mochila de oro antes de devolverla (“Cuando voy a volver a ver tanta guita junta”, había dicho el pibe) y pidieron helado.

Con la primera cucharada de chocolate, Santiago pensó en su padre y sonrió, seguro de que él (donde fuera) también estaría celebrando.